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lunes, 15 de julio de 2013

Mariola

Coger un cachito de vida, empaquetarlo en una caja con cinta, y llevárselo para casa para soltarlo cuando más convenga, si hace falta rememorar esa emoción que por unos instantes nos ha transportado a un mundo mágico.

La infancia, al menos en mí, nos acompaña toda la vida. Acostado mirando al cielo, la luz del sol cegándome los ojos a ratos por el abanico de las hojas y el murmullo del viento meciéndolas. Muchas veces ya, muchos años ha, niño acostado mirando al cielo que dejaban ver las hojas y escuchando el crepitar del aire que las mece. Descubrir el mundo por primera vez, que suerte en mí poder volver a ese punto de la infancia y volver a mirar como si fuese la primera vez, ya, a mi edad tardía. Y pensar que por muchos años que pasen, en algún momento y en algún lugar me encontraré acostado mirando al cielo y descubriendo el mundo por primera vez, por muchos años que tenga emocionarme como chico pequeño.

Esos momentos felices de una infancia ignorante del mundo de los adultos, de lo atroz que le rodea, que se mantienen con un recuerdo vívido, hermoso y sin mácula. Los miedos son inconscientes por que su recuerdo es duro y el olvido necesario. Cuando olvidamos no lo hacemos del todo, hundimos lo inicuo en lo más profundo del lago pensando que no nos alcanzará. Pero aquello que escondemos es parte de nosotros y vive dentro de nuestro ser. Y surge como un reflejo en el lago, borroso en agua turbia y deformado por los rizos de la superficie del agua.

Suscitado por la Sierra de Mariola, por el viento, el sol y los árboles del camping. Por la caminata que nada prometía y nos llevó a una senda hermosa, como metáfora de la vida, un andar que no sabemos a donde conduce.

jueves, 11 de julio de 2013

Pastoral

Autobús de camino al trabajo y Pastoral Americana de Philip Roth:  evoco a los negros americanos en los campo de algodón. No, la novela no va de la vida en los campos de algodón, simplemente evoco a los negros americanos en los campos de algodón y a la lucha por la libertad de los esclavos. Evoco la España agraria y agría de los señoritos y los latifundistas, a los obreros de las fábricas de otra época y comparo con la nuestra actual de paro endógeno.

Una persona desempleada cae en la desesperación sola sin nadie que comparta su estado, un grupo amplio y acogedor que soporte su mismo destino. Los obreros en las fabricas sufrían juntos penosas condiciones y eso les permitía concebir un destino, una conciencia de clase, un objetivo definido en la lucha por mejorar sus condiciones. El desempleado se deprime, es un reo alojado en una celda que el mismo va estrechando en su mente cayendo en la desesperación que conduce a la lánguida depresión, al pensamiento de querer desaparecer totalmente al sentir que ya ha desparecido para la sociedad. Y la sociedad no hace nada que no sea hundirle más. El desempleado, el parado, lo es por que no vale, no sirve para esta sociedad. No ha puesto los medios, no se ha esforzado, no es lo suficientemente válido. No encaja dado que su trabajo no puede ser vendido, nadie lo compra. No hay sitio para él, administraciones se esfuerzan en que piense de esta forma. Hablan de La cultura del esfuerzo aquellos que ya no se esfuerzan y quieren que lo hagan los demás y buscan excusas para aumentar sus réditos. Nadie habla de la cultura de la solidaridad, empatía y compasión, del aunar esfuerzas de la colaboración, del destino único de todos los hombres y mujeres.

El servicio de empleo de La Comunidad de Madrid es más dinámica con aquellos que cobran el desempleo que con  los que ya no lo cobran. Estos ya están fuera, no preocupan ni interesan. En cambio, los otros cuestan un dinero a las arcas públicas, esas que no se han preocupado por proteger. Y el parado se siente más ajeno a una sociedad que ya no le quiere, que no tiene un sitio para él. Y no puede crear conciencia de clase porque en su casa se está hundiendo poco a poco en el pozo de la depresión, esfumándose con cada minuto que pasa sin luchar, solo y alejado de otros que están en su misma situación y comparten su misma mala suerte.

Ya no hay lucha, hasta ese derecho nos han quitado.