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viernes, 26 de marzo de 2010

Un hombre de cristal

El otro día me rompí como cristal frágil. Tropecé tontamente, caí al suelo y, al golpearme, pedazos de mi cuerpo se fueron extendiendo proyectados en todas direcciones. Algunos pedazos grandes, otros, pequeños. Los más pequeños más lejos fueron y los más grandes quedaron más o menos juntos en el sitio donde caí.


Encontré pedazos debajo de los muebles, en los rincones más inaccesibles.


En la soledad de la habitación resultaba difícil juntarles, yo era esos pedazos de cuerpo distribuidos por toda la estancia. No es una operación fácil primero mover la mano más entera para, poco a poco, ir recogiendo cachitos de mí. Primero fui completando las partes más móviles: manos, brazos, pies, piernas... después juntando las partes del cuerpo, agregando la cabeza y, finalmente, colocando las piernas en su sitio para finalizar con los brazos.


¡Completo al fin! No tardé menos de cuatro días en finalizar la tarea. A veces caigo y me rompo en mil pedazos pequeños, entonces puedo tardar un mes en volver a colocarme. Otras veces me parto en dos o tres pedazos y me cuesta un día.


Me pasa con frecuencia, al año varias veces, tres, cuatro. Entre cada vez vivo como si no me ocurriese y no pienso en ello, pero cada vez que me veo caido, recogiendo mis pedazos, la realidad cambia y me siento fragil, de cristal.

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