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domingo, 15 de abril de 2012

¿Cuál es nuestra responsabilidad?

Nos quejamos continuamente de los chinos que trabajan como idems, en estado de semiesclavitud e inundan el mercado de productos baratos con los que no se puede competir. Apple fabrica todos sus productos en china. La flexibilidad del sistema productivo chino les permite hacer un cambio de última hora en algún elemento y en prácticamente nada de tiempo implementarlo en sus tabletas y teléfonos-astutos, una mínima mejora con respecto a los competidores se coloca en el mercado en un tiempo record.

Es verdad que es poco conocido donde fabrican las grandes corporaciones, pero generalmente y las más importantes tienen la producción externalizada en países donde el salario no es ni la décima parte que en el nuestro, donde los ricos lo son en un factor de 300 veces el de sus obreros, por decir algo. Supongo que a este respecto no hay estudios, y menos de los medios neo-liberales a los cuales éste estado de cosas les viene bien, pero animo a algún lector a aportar datos fiables si los conoce.

¿Quién se sustrae a la necesidad de tener una fantástica tableta de Apple? Aquí estamos nosotros con nuestros teléfonos-astutos y nuestras tabletas-computadoras-personales fabricadas en china, nuestra ropa fabricada en china o Turquía (las etiquetas de Zara, en muchas, así lo indican)  y en general cualquier producto de gran consumo aun fantástico precio gracias a la racionalizada producción por los métodos modernos de  maximización de rendimientos. Esta última frase tan farragosa sería una expresión más propia de los adalides de la economía neo-liberal que priman la maximización de beneficios, ganar el máximo de dinero al mínimo de coste. En esta ecuación no entran las relaciones humanas o el bienestar del común de la gente, solo conseguir el máximo de beneficio dentro de lo permitido por la ley. Pero la ley es muy extensible, y permite mucho en cuanto a maximización del beneficio. La economía ya no sirve a la gente. Nos supera, hablamos del mercado como un ente abstracto que pide más trabajo, simplemente para poder vivir. Nos rendimos al dios mercado y sacrificamos, vendemos nuestra alma al dios mercado para que nos deje vivir un poco más.

Nosotros, mientras, compramos más y más barato esos productos fabricados en países donde hay unas condiciones laborales que no las deseamos para nosotros y participamos en nuestra propia ruina.

La orquesta del Titanic sigue tocando mientras todo se hunde o, como en la película El efecto Iguazu, no lo vemos, la catarata está ahí, el agua parece calma, pero la corriente se va acelerando poco a poco pero cada vez más rápido y llegaremos a un punto de no retorno en el que por más esfuerzo que hagamos nos veremos arrastrados sin remisión.

No es por ser pesimista, es por ser consciente y responsable. Vivimos despreocupados o, irresponsablemente despreocupados. Por que no queremos angustiarnos, y caemos en la desidia del que no quiere saber por no deprimirse. No quiero ir al médico, no sea que me diga que tengo lo que tengo, que es grave, como si al no saberlo eso se fuese. El desconocimiento no soluciona el problema, agachar la cabeza y taparse los ojos para que el peligro pase no es la solución.

¿Sabemos del pescado que compramos cual está en peligro de extinción? ¿sabemos de los productos que compramos cuales necesitan más agua para ser producidos? ¿nos interesa saber, más allá de la comodidad en la que vivimos, cuales de nuestras aparentemente banales acciones influyen en el estado social y económico mundial o en nuestro propio devenir?

Es más fácil dejarse llevar por la corriente, acariciarnos las orejas con los cantos de sirena de los que intentan convencernos de que vamos por el buen camino, sin opinión propia y con injertos ideológicos. Pensar duele, y enfrentarse a los problemas más. Pero el precio a pagar por no hacerlo puede ser catastrófico para nosotros y sobre todo para las generaciones futuras.

Las relaciones humanas, el método eficiente de producción, son conceptos enfrentados. Cuando no existían más que tribus de cazadores los hombres y las mujeres formaban comunidades de estrechos lazos humanos de mutua dependencia. La caza o la recolección de alimentos eran actividades en las que todos participaban y que tenían un sentido claro y su realización daba un sentido a la vida. Hoy en día apretamos tuercas en una cadena de producción de un producto donde solo apretamos uan tuerca. El bienestar social no tiene sentido, donde las personas son engranajes, somos engranajes y agentes consumidores.

Tragamos tan contentos, anestesiados nuestros sentidos pensando que la riqueza está en nuestros teléfonos-astutos y nuestros coches. Cuando ya no podamos comprar teléfonos-astutos no nos quedará nada, no nos tendremos a nosotros mismos. Cuando ya no tengamos esa seudorealidad de felicidad donde cosas y cosas colman mis sentidos con sus beeps y tirulis, ¿qué nos va a quedar? Ni tan siquiera somos una tribu, no cazamos, no colaboramos con nuestro vecino al que o no conocemos u odiamos, no pertenecemos más que a ese mercado, macro-maquinaria de la que somos un pequeño, pequeñísimo engranaje que no puede decidir girar en sentido contrario.

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