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lunes, 19 de noviembre de 2012

Un brote violento

El recuerdo de un vaso de cristal que estalla en pequeños pedazos al chocar contra el sillón de sky rojo lo mantuve siempre fresco en mi mente y nunca pensé que tal arrebato pudiese ocurrirme. Siempre pensé que la responsabilidad con los hijos se debía de observar como una mera iniciación al mundo, que no eramos dueños y amos de su vida ni tampoco debemos prolongar las nuestras, generalmente fracasadas, en ellos. No obstante, igual que mi padre lanzo entre vapores de resaca el vaso que tenía frente a él con la mayor saña que pudo hacía mi madre, sentada en frente, aterrorizada, y sin decir palabra después, igual, en un arrebato lancé a mi hija contra el sillón. ¿En cuantos pedazos pudo llegar a romperse?

No soy de esos hombres que pegarían a sus mujeres, si "sus" que denota propiedad puede decirse. O que a despecho pegarían o separarían a sus hijos, mi bien más preciado, de su madre. Si pienso premeditadamente en hacerle algo a alguien me horrorizo y escondo el pensamiento para no sentirme mal en la posibilidad de albergar tal maldad. Sin embargo, la semilla de tal mal alberga en mi corazón si observo los hechos.

Horror pensar en las consecuencias, jamás entenderé mi naturaleza, tan sumisa, apocada y tan capaz de crear una tempestad que se lleve lejos de mí todo lo que más quiero.

Siento ser un poco depresivo hoy, es lo que hay. Recuerdo un episodio de mi vida en que, haciendo la mili, se me cruzaron los cables de tanto aguantar a estúpidos mandos y me puse a conducir en dirección contraria por una calle de Carabanchel llevando un furgoneta del ejército, varios perros en las jaulas y dos sargentos conmigo en la cabina.
Nos sentimos cómodos en una aparente calma vital y en un instante toda nuestra seguridad se trastoca y nos vamos a un extremo no deseado al que no queríamos llegar. Quizás sea un problema de autoafirmación, todo lo que vamos callando y aguantando se acumula y se desata en una desproporcionada violencia mal digerida y peor dirigida en la que los primeros horrorizados somos nosotros.
La noticia de aquel corredor ciclista que meciendo, con más violencia que cariño, a su hijo llorón recién nacido, llegó a matarlo, tuvo una segunda consecuencia que no justifica el resultado: el dolor de un padre causante de su propia desgracia. Terribles las consecuencias.

No convencido de la explicación que a mí mismo me he dado, vuelvo a preguntarme que es lo que puede llevar a un hombre a tal violencia extrema, a tal descontrol tan contrario a lo que en un estado "normal" de calma piensa o siente. Es algo que me preocupa especialmente como hombre y persona que en ciertos momentos, he de reconocer, se me desata una ira acumulada que no sé de dónde viene y que me gustaría explorar. No anular, más bien entender para que se disuelva o ver si tiene alguna utilidad. Porque, visto los resultados, negar o intentar anular, no sirve para nada y no es el camino.

2 comentarios:

  1. Creo que debemos identificar por qué nos pasan malas jugadas nuestras emociones y cómo vamos a abordarlo,,, hace unos días leí ésto:

    - Rompe un plato.
    - Ya está.
    - Pídele perdón.
    - Perdón.
    - ¿Está como antes?
    - No.

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    Respuestas
    1. Cierto, hay un punto de no retorno en el que el mal que hacemos no se arregla con pedir perdón, por muy de corazón que lo hagamos y por mucho que lo necesitemos.

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