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lunes, 7 de enero de 2013

La máquina de sentirse bien o mal

Mi cerebro adolescente era la máquina de sentirse mal. Entendía que la vida era según el cristal con que se mira y yo tenía un cristal desvaído y no tenía otro para mirar a mi alrededor. Actualmente hay una intervención de neurocirugía que se practica a casos muy severos de depresión: se aplica una descarga eléctrica, imagino que con unas características muy definidas, en cierta zona del cerebro para conseguir que se establezcan más conexiones entre el cerebro más profundo, la amígdala, y el más evolucionado, la corteza cerebral. De esta forma se consigue que la parte del cerebro donde anidan nuestros miedos esté en comunicación con la parte más consciente, la que mira al mundo y a nosotros. Teorizo que de esta forma hacemos conscientes nuestros miedos y dejan de flotar en una aura indefinida de malestar, podemos razonar sobre ellos y determinar que sentido tienen o cual hemos de darle. La referencia a la intervención la encontré en un número de redes para la ciencia, no sé si en el de noviembre o en el de diciembre.

Si no digo mal, uno de los retos de la física es unificar las cuatro interacciones conocidas de la naturaleza en una fórmula que le de un sentido común y explicarlas como un único fenómeno. El tacto es la percepción de una de esas interacciones: la repulsión de los electrones de los átomos de nuestro cuerpo y del objeto que nos presiona. Se generan corrientes que viaja por nervios hasta el cerebro donde se procesa y se le da un sentido. Una interacción electromagnética interacciona con los conos o bastoncillos del fondo de nuestros ojos y la traducen en una corriente eléctrica que viaja de la misma forma al cerebro donde otras corrientes que circulan por neuronas le dan un sentido. El mundo no existe o no existe en la forma que nosotros pensamos: es la sustanciación que hacen nuestros tejidos cundo interaccionan con lo que está fuera de ellos. Una actividad electromagnética excita nuestros ojos y vemos formas y colores; una partícula de olor estimula nuestro olfato y sentimos un olor. El color y la forma es un invento de la mente, la realidad tal como la experimentamos solo existe dentro de nosotros.

A mí me resulta extraña la existencia del yo que tal como la definió el filósofo, el yo, esa relación que se relaciona consigo mismo. Las emociones y la conciencia derivadas de unas pocas leyes físicas que generan una complejidad caótica, inmensa, me resulta extraño y emocionante.

Siempre he tenido la sensación de que a la realidad había que mirarlas varias veces y quedarse con lo mejor que viésemos de ella, con lo que menos daño nos haga. Si la vida es del color del cristal con el que se mira, he intentado analizar que le pasa a mi cristal, he intentado pulirlo y darle un color más alegre y agradable y creo que he conseguido mucho o, al menos, bastante. Conseguir mirar la vida con el color de cristal apropiado es un camino que deberíamos hacer todos, no merece la pena, ya que nos inventamos la existencia, que esta tenga que ser más penosa de lo necesario. Puede que a mi me falten algunas conexiones entre la amígdala y el cortex cerebral, pero la conciencia de que la vida puede ser algo mejor me hace esforzarme en varias cosas: una es intentar reducir esos pensamientos cíclicos y obsesivos que muchas veces nos abruman pero que no son más que un darle vueltas a lo mismo y que no conducen a nada; potenciar un pensamiento creativo, buscar momentos de placidez en los que el pensamiento fluya y, por ejemplo, me hagan pensar en cosas como las que escribo en este blog y otras; buscar esas actividades que me sean realmente satisfactorias, en las que la mente descansa y el cuerpo se relaja; cuestionar no solo los enfados de los demás y no estar echándole siempre las culpas al mundo por lo desgraciado que me ha hecho y buscar que hay de racional y qué de irracional en mi conducta y en mis enfados; disfrutar cuando estoy a bien con la gente y no intentar ir más allá, no dejar que cosas ajenas a lo que me importa de verdad me perturben o envenenen la relación con mis seres queridos. Perdonar la ofensas, pero no por ello quedarme desprotegido ante ellas, ni buscar la compañía de aquellos que me hacen mal, por el contrario, buscar compañías enriquecedoras

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